[Autor: Fundación Española del Corazón]
El colesterol es una sustancia grasa natural necesaria para el normal funcionamiento del organismo. Pero cuando sus niveles se disparan ponemos en riesgo nuestra salud: las personas con niveles de colesterol en sangre superior a 240 multiplican por dos las posibilidades de sufrir un infarto de miocardio en comparación con quienes mantienen cifras por debajo de 200. Por eso es vital controlarlo y tratar de mantenerlo a raya.
Lo que ocurre cuando las células son incapaces de absorber todo el colesterol que circula por la sangre es que el sobrante se deposita en la pared de las arterias, contribuyendo a su progresivo estrechamiento y originando lo que se conoce como ateroesclerosis. Una situación que puede empezar a producirse cuando se superan las cifras que las sociedades científicas nacionales e internacionales entienden como adecuadas y sitúan en torno, o por debajo, de 200 mg/dL de colesterol total. Por encima de esa cifra ya existe hipercolesterolemia. Si nos centramos únicamente en el popularmente conocido como colesterol “malo”, vehiculado en las lipoproteínas de baja densidad (LDL o low density lipoproteins), no deberíamos superar el límite de 130 mg/dL, aunque lo deseable es una cantidad aún menor, por debajo de 100 mg/dL en los pacientes que ya han sufrido un evento cardiovascular (infarto, angina, ictus, etc.). Respecto al colesterol vehiculado en las lipoproteínas de alta densidad (HDL o High density lipoproteins), o colesterol “bueno”, la cantidad ideal debe ser superior a 40 mg/dL en el hombre y 50 mg/dL en la mujer. Para averiguar en qué niveles se encuentra nuestro colesterol tan solo necesitamos un análisis de sangre.
Consecuencias
El colesterol se acumula fundamentalmente en la pared interna de los vasos sanguíneos, en concreto en las arterias, y especialmente en las arterias coronarias, las que irrigan los miembros inferiores e incluso en las arterias que irrigan el cerebro. Ahí, ese depósito produce una inflamación y consiguiente fibrosis, lo que a su vez crea una placa que puede llegar a obstruir las arterias.
Cuando se produce esa obstrucción de forma parcial a nivel de las arterias del corazón, los síntomas que presenta el paciente son los de una angina -dolor en el pecho sobre todo cuando hacemos esfuerzos aunque también puede aparecer en reposo-. Pero si se trata de una obstrucción total de forma aguda puede provocar un infarto agudo de miocardio. Y cuando esas placas afectan a los vasos que van al cerebro el resultado son accidentes cerebrovasculares o ictus.
De ahí la importancia de un diagnóstico precoz que permita reducir esos niveles hasta las cifras adecuadas, para lo que los controles rutinarios que incluyen analítica son esenciales, ya que aunque las cifras sean elevadas no provocan ningún síntoma hasta que la obstrucción de las arterias es tal que se produce una angina, un infarto o un accidente cerebrovascular.
Tratamiento
Si los niveles de colesterol están solo levemente elevados y no hay problemas médicos asociados, el tratamiento habitual se basa en una alimentación equilibrada, con poco contenido de grasas saturadas (carnes rojas, vísceras, grasas de cerdo o cordero, bollería, queso curado…) y rica en alimentos saludables que ayudan a reducir la concentración en sangre del colesterol LDL. Esa dieta, combinada con la práctica de deporte aeróbico a intensidad moderada con una frecuencia de tres a cinco veces por semana puede aumentar los niveles del HDL y reducir los del LDL.
Sin embargo, si la dieta y el ejercicio físico no consiguen rebajar los niveles por si solos o hay problemas médicos asociados que requieran una intervención rápida, a esos hábitos de dieta y ejercicio se les sumará un tratamiento con fármacos como estatinas, resinas de intercambio, fitosteroles, fibratos o ezetimiba.