Tal y como señala José Luis Trejo“imaginemos la práctica del ejercicio como una figura en forma de curva. Cualquier actividad, por suave que sea, presenta efectos positivos en el individuo, pero hay un techo llamado punto de inflexión de la curva hormética. A partir de este punto, si se incrementa demasiado la intensidad o la cantidad de ejercicio se reducen los beneficios, incluso pueden anularse hasta el extremo de no presentar diferencias respecto a una persona sedentaria –en cuyo caso la curva hormética tendría forma de U invertida– o producir efectos adversos –aquí la figura se asemejaría a una J invertida–”.

La curva varía según el individuo y la literatura científica aún no se ha puesto de acuerdo en qué intensidad determina ese punto de inflexión. No obstante, la frecuencia cardíaca puede ser un indicador válido para calcular la intensidad y duración adecuadas. En este sentido, “un ejercicio físico que genere respuestas beneficiosas debe incrementar la frecuencia cardíaca en un porcentaje ligero, entre el 60-70%, de la frecuencia máxima de cada individuo, o moderado, entre el 70-80%”, señala el investigador del CSIC, que dirige del Grupo de Neurogénesis del Individuo Adulto en el Instituto Cajal del CSIC en Madrid y es presidente del Consejo Español del Cerebro.

A lo largo de este libro los investigadores se adentran en los mecanismos genéticos, moleculares y celulares que sustentan los innumerables beneficios del ejercicio para nuestro cerebro“Entre otros efectos positivos, produce un incremento de la capacidad cognitiva y de la formación de neuronas nuevas (potencia la capacidad de análisis matemático así como la habilidad lingüística); hace crecer el flujo sanguíneo en el cerebro y el consumo de oxígeno por las células neurales; incrementa la funcionalidad y disponibilidad de neurotransmisores clave; e induce neuroprotección en todas las áreas cerebrales analizadas hasta la fecha”, afirman Sanfeliu y Trejo. “Esto se ha demostrado tanto en animales de laboratorio como en seres humanos”, añaden.

Además de las consecuencias directas, el deporte produce también efectos indirectos, como ocurre con los individuos que se benefician del ejercicio físico que realizaron sus progenitores. Estudios recientes han demostrado que los efectos cognitivos y emocionales del ejercicio en animales de laboratorio son heredables por la siguiente generación. “En las crías sedentarias de ratones de padres corredores había más neuronas nuevas, que eran más activas, al igual que sus circuitos, y, en consecuencia, los sujetos tenían más capacidad de ejecutar con éxito las tareas conductuales. Esto nos indica que la transmisión de efectos adquiridos por la práctica del ejercicio físico es epigenética, apuntan los investigadores.

La actividad física disminuye la mortalidad en adultos de 50 a 70 años

El ejercicio físico también puede constituir una vía para hacer frente al envejecimiento. De hecho, se ha probado que es una de las terapias no farmacológicas más efectivas. “Diversos estudios de poblaciones han demostrado que la actividad física disminuye la mortalidad por todas las causas en adultos de 50 a 70 años”, observa Coral Sanfeliu, que dirige el Grupo de Neurodegeneración y Envejecimiento en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona (IIBB) del CSIC y es miembro del CIBER de Epidemiología y Salud Pública.

Además, también mejora la evolución de determinadas enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, a la vez que retarda la edad a la que se manifiestan y la aparición de síntomas. “El retraso en la aparición de esta patología con una vida físicamente activa es indiscutible. Incluso se ha demostrado que la actividad física disminuye los marcadores patológicos que aparecen en la fase silente de la enfermedad, la que se desarrolla previamente a la aparición de cualquier síntoma de pérdida de memoria”.